viernes, 10 de junio de 2011

Otoño

Es alguien que no quiere cruzar el descascarado puente, lo toca y en sus manos quedan de la antiquísima pintura desprendimientos; eso le horroriza.
Nadie lo ve y por eso agradece, en silencio admite su cobardía, su estupidez y dolor. Inquieto desanda el tejido de uno de sus guantes, y al sentir que por la fisura se cuela el frío entiende lo que le a costado el camino que extendió en cada uno de sus pasos.

Sus botas cargan un pesado orgullo que está por colapsar, sus coartadas en vano esconden el auto flagelo que lo condenó, un par de sábanas lo abrasan hechas fuego y lo mantienen vivo, se desmaya y descansa.

Mira otra vez el puente y recuerda que nadie nunca estuvo ni lo vio intentar cruzarlo; mira el bosque y le resulta tan distinta la expresión en los ojos del paisaje que siempre habitó; aquel lugar que antes se le enfrentaba hoy le muestra su compasión. Los lobos que este una vez utilizó para hacerlo retroceder en su ambición, hoy le aúllan al cielo pidiendo por su fortuna, la de aquel que mira absorto el lugar sobre el que alguna vez tuvo control, y en cuya figura hoy no ven un enemigo, sino un desdichado vagando las estaciones, buscando encontrar como por milagro un ápice de tranquilidad.

Es otoño y huele como a cajón cerrado; el invierno y el verano no son la excepción, y en primavera se apoderó de su forma una enredadera que lo hace invisible aún para los ojos de quien supo alguna vez hubo un cajón ahí. La felicidad volverá sólo cuando el bosque lo encuentre y lo haga madera de sí, y como eterno espectador vuelva a poder disfrutar de todo el mundo que se despliega ante sus ojos, mundo el cuál serán sus ojos.